Recibir un premio que no se ha ganado es un castigo.

Estamos siendo testigos de la creación de una generación de jóvenes ambiciosos, pero sin voluntad.
Demandantes, pero sin objetivos. Narcisistas y sin escala de valores.
Procurando lo que sea, sin saber qué.
Pero sobre todo la sociedad está creando una generación incapaz de ser feliz.
Y por ello, tal vez, sensiblemente frustrada.

Una crianza de tiempo reducido, confunde el amor con sobreprotección. Compensa ausencia con objetos que llenan vacíos, y disfraza el fracaso pretendiendo proteger a los niños, haciéndole creer que son especiales, pero por las razones equivocadas.
Un hijo es especial porque es único. Punto.
Sin embargo, hoy muchos padres pretenden minimizar los fracasos diciéndole a sus hijos que son especiales.
Más bien deberían buscar cuáles son sus mejores habilidades y tratar de desarrollarlas, en vez de hacerles creer que su fracaso es culpa de una sociedad que no los comprenden porque “son especiales”.

Para que una actividad sea exitosa debe ayudar al niño a construir su propia independencia.

Einstein decía que “Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil”.
Descubrir y desarrollar los talentos de una persona, conlleva tiempo y esfuerzo.
Dos elementos habitualmente ausentes en las familias de hoy.
Esto, sumado al exceso de pensamiento mágico, les han hecho creer a toda una generación que, si realmente desean algo, lo van a conseguir.
Luego, sobreviene la realidad, el entorno, las oportunidades, y sobre todo el talento.
Y precisamente por ese temor a que nuestros hijos queden impactados por la realidad, forzamos a que reciban premios que en realidad no han ganado.
Así, los padres prefieren pelearse con docentes y exigir a organizadores de torneos una falsa medalla, a tener que educar a sus hijos y decirles “hoy no fuiste el mejor, pero buen intento. Sigue trabajando”.
Y lo más probable es que el niño que sólo escuchó decir que era “especial”, ahora no entienda porqué no lo es.

Recibir un premio que no se ha ganado es un castigo.

Si el que salió último en una competencia recibe una medalla, devalúa el sentido de la misma.
Y desvirtúa el objetivo de la competencia.
Cualquier niño podrá llegar fácilmente a la conclusión de: “Para que esforzarme en ser el primero, si de todas maneras recibiré el mismo premio que el que ganó”.
Finalmente, ese niño convertido en adolescente, comprenderá la humillación a la que fue expuesto, sufriendo un daño mucho más permanente que la pena por una simple derrota.

La confianza en un niño no se logra consintiéndolo, sino demostrándole que es capaz de esforzarse por lograr algo.

La satisfacción de haberlo dado todo siempre será más duradera que un premio de ficción.

María Montessori decía que “Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”.
Premiar sin merecerlo, es un obstáculo.

Les estamos enseñando a los niños que está bien perder. En vez de explicarles que es solo una consecuencia de la competencia. Y que está bien querer ganar.
Eso nos hace esforzarnos. Y el esfuerzo necesita de la voluntad.
Y sostener la voluntad requiere disciplina.
Esfuerzo, voluntad y disciplina son el eje central de un espíritu fuerte y emprendedor.

Un niño que sale último y no recibe un premio, no es un perdedor.

Ganar y perder son circunstancias de la competencia.

Y nunca dependen de un solo factor.
La calidad del oponente, los nervios, el árbitro, son sólo algunos de los elementos que influyen en el resultado.
Por eso es clave la figura del coach / entrenador para ayudar a ver con claridad cuál fue la razón. Y en función de eso asimilarla.

Julio Velazco, entrenador de vóley, hablando del orgullo que sentía por sus jugadores, luego de una derrota, dijo: “Estoy orgulloso de ellos porque no utilizaron la teoría de la excusa. El oponente fue simplemente mejor. Y punto”.

Si bien nadie compite “para perder”, está claro que no todos pueden ganar.
El espíritu que moviliza al atleta está mucho más allá del sólo hecho de ganar.

Ni el que gana es UN ganador ni el que pierde es UN perdedor.
Alguien debe ganar. Sólo uno será campeón.
Y el triunfo será efímero, igual que la derrota.
Perder no significa ser perdedor.
Perdedor es el que no se esfuerza, el que no trabaja en equipo, el que no es solidario con sus amigos y sus mayores. El que no ayuda en su casa. El que no respeta.

Perdedor es el que le hace creer a un niño que está bien recibir una medalla, aunque no lo haya ganado.

A largo plazo esto generará una decepción mayor cuando
en la vida laboral, aquel niño hoy adulto, no reciba el
reconocimiento que cree merecer.

Educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha
aprendido.

Por eso, nada lastima más a un niño que esconderlo de la realidad.

Gustavo Livon
Febrero 2017

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